{El placer de educar}
El placer de educar
Hagamos números. ¿Cuántos artículos de tu tema de investigación has
hojeado en el último año? Posiblemente centenares. ¿Cuántos has
leído a fondo? Docenas, quizá. ¿Cuántos artículos de docencia has
leído a fondo o simplemente hojeado? Si son unos pocos, estás por
encima de la media. Y ahora seamos sinceros. ¿Qué influencia ha
tenido en la sociedad tu investigación?¿A cuántos has cambiado su
vida, aunque sólo sea profesionalmente? En mi caso, dudo que a nadie.
En cambio sé de varios jovenes (o ya no tan jóvenes) que sí han visto
cambiada su vida en nuestras aulas tanto por mis compañeros como por
mí. El señor Spock, con su lógica vulcaniana, consideraría
`fascinante' que dediquemos tan poco tiempo a aquello en donde
nuestra influencia es mayor, donde podemos dejar más huella.
Quizá con esto en mente, en 1994 Pedro Blesa, profesor de la
Universidad Politécnica de Valencia creó una reunión de docencia que
acabó convirtiéndose en las Jornadas sobre la Enseñanza Universitaria
de la Informática (Jenui). Las Jenui se han convertido en un referente para
la docencia de la informática en nuestras universidades. Y de esta
semilla nació la Asociación de Enseñantes Universitarios de la
Informática (AENUI). Somos una asociación aún joven y en crecimiento,
pero creemos que llevamos a cabo una labor importante y cada vez más
ambiciosa. Nuestros miembros son profesores que sienten una especial
inquietud por su actividad docente y buscamos entre todos mejorar la
enseñanza de la informática en nuestra universidad a través de
actividades varias. Una de nuestras últimas realizaciones ha sido la
organización de este simposio, que quisiera iniciar con algunas
reflexiones que he ido haciendo con los años sobre por qué vale la
pena dedicar tiempo a la docencia.
Vale la pena dedicarse a la docencia universitaria porque un buen
profesor influye en la sociedad, en su entorno, en sus alumnos de una
forma vital y única. A través del contacto con nuestros alumnos
podemos hacer nuestra contribución a la mejora de nuestra sociedad
mejor que con la mayoría de caminos a nuestro alcance.
Estamos en una posición única que debemos aprovechar. Y no es sólo
altruismo. Poco hay más satisfactorio que encontrarte con algún
antiguo alumno que te agradezca la ayuda que le diste para que se
convirtiera en alguien mejor.
¿Y qué es un buen profesor? Tengo una definición que descubrí a los
pocos años de empezar a enseñar: El buen profesor es aquel que se
preocupa por sus alumnos. Reconozco que no es muy original, y que
probablemente mi inspiración provenga de la célebre cita evangélica
del Buen Pastor, pero meditarla me ha ayudado a entender mejor mi
labor como educador.
Esta definición mía ha dado a menudo lugar a malentendidos, tal vez
convenga empezar por aclarar lo que no significa. Preocuparme
por mis alumnos no significa ser paternalista y protector y llevarles
entre algodones para evitarles todo mal inmediato. Preocuparme por mis
alumnos no significa inmiscuirme en su vida privada y querer influir
en sus decisiones familiares y morales. Preocuparme por ellos en
absoluto significa ser su `colega' o bajar el nivel de exigencia.
Todo esto no es. Veamos lo que sí es.
Preocuparte por tus alumnos implica que antes de
enseñarles cosas prefieres educarlos. Educar proviene
del latín e-ducere. Ducere significa guiar,
conducir, mientras que e es un prefijo que significa a
través de, a lo largo de. O sea que educar es guiar, conducir a tus
alumnos a lo largo de su proceso de maduración y dejarlos al final en
un lugar mejor, mejor situados de lo que estaban. Un educador deja a
sus alumnos con más conocimientos y habilidades que ellos consideran
útiles, pero sobre todo con más seguridad en sí mismos, una mejor
visión del mundo. Un educador potencia a sus alumnos. Uno que
simplemente enseña cosas deja a sus estudiantes con un bagaje que
ellos consideran inútil y que con mucho gusto olvidan en dos semanas.
En suma, acaban en el mismo lugar donde estaban.
Como principio, seguramente estamos todos de acuerdo, pero los
principios, sin darles forma concreta, sirven de poco. Veamos algunas
actitudes y actividades concretas que he comprobado que ayudan a mejorar
mi labor de educador.
Conoce a tus alumnos por nombre. Puede parecer una
tontería, pero es muy distinto dar una clase a un grupo de personas
desconocidas -aunque las hayas visto mil veces y reconozcas todas
las caras- que a una clase de las que te sabes los nombres de todos
tus alumnos. Y bien pensado, es lógico: ¿cómo puedes preocuparte de
seres anónimos (es decir, sin nombre)? Un profesor que se preocupa
por sus alumnos aprende sus nombres, por muchos que sean.
Curiosamente, tambien pasa la viceversa: un profesor que se sabe los
nombres de sus alumnos no puede sino preocuparse por ellos. Y esta
percepción no sólo la tiene el profesor, sino que también, y muy
claramente, los alumnos.
No tengas prisa. Interacciona con tus alumnos. El profesor
entra rápidamente en el aula, va directo a la pizarra y empieza a
escribir y hablar muy rápidamente. Mira poco a sus estudiantes, tan
poco que es muy difícil hacerle una pregunta, y cuando consiguen
hacerla, responde rápidamente en dos frases y vuelve a la carga, a su
explicación interrumpida, a rellenar la pizarra. En cuanto acaba, coge
sus cosas y sale apresuradamente, a recuperar el tiempo perdido.
Probablemente conozcáis a más de uno que se acerca poco o mucho a este
estereotipo. Un profesor así a veces provoca rechazo, a veces
admiración -¡un señor tan importante!- pero pocas veces influye en
sus alumnos. ¿Cómo ha de hacerlo, si no tiene tiempo?
No tengas prisa. Interacciona con tus alumnos. Entérate de lo que les
preocupa, de lo que les mueve. Podrás enseñarles y educarles mejor si
sabes qué es lo que les ilusiona y les inquieta.
Tus alumnos no son vasijas que llenar. Algunos profesores
están excesivamente preocupados por la materia. Se obsesionan en
comprimir enormes temarios en sus asignaturas. Es fácil identificar a
estos profesores en los cambios de planes de estudio: son los que
ante un menor número de créditos no cambian el temario, sino que
aceleran el ritmo de sus explicaciones.
Este tipo de profesor parece que tiene la misión de asegurar la
pervivencia de la materia que imparte. Sus estudiantes se convierten
en simples vasijas donde preservar los sagrados contenidos para la
siguiente generación. Cuando intento cuestionarles la amplitud de
temario recibo una contestación de este estilo: "¿Cómo pueden salir
de mi asignatura sin saber Álgebras de Lie?" Se me suelen ocurrir dos
respuestas que por prudencia nunca pronuncio: (a) Por la puerta; (b)
¿Qué es un Álgebra de Lie? (Nunca falla, siempre es algo de lo que
no he oído hablar en mi vida).
El objetivo de la educación no es preservar una materia (`mi'
materia). No sabemos qué es lo que les pedirá la vida a nuestros
alumnos y, sobre todo en informática, cualquier materia que les
enseñemos probablemente la usen muy poco tiempo. Debemos
potenciarlos para que puedan desenvolverse por su cuenta en este mundo
cambiante. Así durante toda su vida laboral podrán identificar la
materia que necesitan (`su' materia) y aprenderla y usarla.
No hay enseñanza sin aprendizaje. Mi padre, profesor de larga
experiencia y éxito, a menudo dice "Yo nunca he enseñado nada. Yo
presento las cosas lo mejor posible y son mis alumnos los que aprenden".
Nos arrogamos un protagonismo excesivo en el proceso de enseñanza.
Hemos de dar un mayor protagonismo y responsabilidad a nuestros
alumnos.
Si nos preocupamos por nuestros alumnos querremos que al final del
camino sean más responsables y
autosuficientes. Esto no lo vamos a conseguir si nos apropiamos de
todo el protagonismo en el aula, ya que al apropiarnos del
protagonismo, nos apropiamos ineludiblemente de buena parte de la
actividad. Debemos hacerles cómplices del proceso de su aprendizaje y
hacerles así responsables del mismo.
Y aunque no lo parezca, es un método con poco riesgo. Las ocasiones
en las que he hecho caso a mis alumnos y hemos errado, han sido
especialmente provechosas: aprendieron mucho más que si hubiera
ejercido mi autoridad para evitar el error.
Cree en ellos. Tristemente, a menudo oímos frases como "No sé
qué quieren que haga con estos alumnos. Son vagos, no se motivan,
vienen muy mal preparados. En mis tiempos..." Yo no estoy de
acuerdo.
Lo decimos porque siempre una generación se ha creído mejor preparada
que la siguiente. Es famosa la frase de Sócrates: "Los jóvenes de
hoy sólo amáis el lujo. Tenéis manías y despreciáis la autoridad.
Respondéis a vuestros padres, tenéis malas costumbres y tiranizáis a
vuestros maestros". Otra frase, menos famosa, pero que me gusta más
se encontró en una tableta de arcilla babilónica de hace más de 3000
años: "Esta juventud actual está podrida hasta el fondo de su
corazón. Los jóvenes de hoy son unos perezosos, unos malhechores que
jamás serán como la juventud en otros tiempos. La juventud actual no
será capaz de asegurar el mantenimiento de nuestra cultura".
Comparar un recuerdo idealizado de nuestra juventud, con la realidad
de esta juventud es injusto.
Lo decimos porque nosotros probablemente estábamos algo más motivados
y éramos más trabajadores. Pero nosotros, los que somos profesores de
universidad, éramos lo mejor de nuestras promociones, y nuestras
promociones estaban compuestas por lo más selecto, los mejores
estudiantes de la sociedad. Compararnos a nosotros con el alumno medio de
una universidad más masificada es injusto.
Lo decimos porque vivimos en una sociedad que cada vez vive más
rápido, con cada vez más cosas que hacer. Yo tenía 5 asignaturas y 20
horas de clase a la semana, y ahora tienen 6 ó 7 asignaturas y 25
horas de clase a la semana. Y muchas más distracciones y necesidades
impuestas. Exigir que nuestros alumnos se centren en las asignaturas
como podíamos hacerlo nosostros es injusto.
Es posible que estéis pensando que tengo bajas expectativas para mis
alumnos. No es cierto, las tengo altas, creo en ellos. Pero sé que
muchas veces, a pesar de su buena voluntad, ellos no van a cumplirlas,
porque no pueden. Creo en mis alumnos, y alguna vez he tenido la
oportunidad de encontrarme con una clase quizá un poco mejor que la
media, y, no sé cómo, he conseguido hacer sobresalir mi asignatura por
encima del ruido y de las distracciones. Y esas veces mis alumnos han
sido notablemente trabajadores, inteligentes, ilusionados, atentos,
con iniciativa. Yo creo en mis alumnos y a veces consigo grandes
resultados. Resultados imposibles si no creyera en ellos.
En resumen, conociéndoles, tomándote el tiempo de
interaccionar con ellos, no obsesionándote con tu materia, haciéndoles
responsables de su propia educación y creyendo en ellos, es como te
preocupas por tus alumnos. Si haces esto influirás decisivamente -y
positivamente- en su vida y, a través de ellos, en tu entorno y en
tu sociedad. Te darás cuenta de la primera razón por la que es un gozo
dedicarse a la docencia. Y también te darás cuenta de la segunda
razón: ellos influirán en ti.